Editorial

Resultado del plebiscito: aprendizajes y desafíos

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El plebiscito constitucional de este domingo arrojó un resultado claro: un 55% de los electores del país votaron en contra de la propuesta constitucional, rechazando de manera consecutiva dos borradores de nueva Constitución.

A diferencia del primer proceso constitucional, los resultados de este plebiscito son más difíciles de interpretar. Por lo pronto, la diferencia porcentual entre una y otra opción fue menos pronunciada que la vez anterior. Adicionalmente, no es posible asimilar, sin más, los resultados de la opción “a favor” a la derecha, ni de la opción “en contra” a la izquierda. En efecto, parte de los votantes de derecha votaron contra la propuesta, sea por su rechazo al proceso constitucional, sea porque la alternativa consistía en conservar la Constitución vigente.

“El resultado del domingo fuerza tanto a la oposición como al oficialismo a concentrar sus esfuerzos en resolver la crisis de seguridad, retomar el crecimiento económico, acordar las postergadas reformas a los sistemas de salud y de pensiones y, en general, volver a poner las políticas públicas en el centro del debate”.

Ambas campañas intentaron capitalizar el hastío de la población con el debate constitucional, prometiendo, cada una, ser el mejor camino para cerrar definitivamente el proceso. En consecuencia, el resultado parece, más bien, un rechazo del electorado al proceso constitucional y la clase política como un todo, lo cual genera un escenario muy inquietante para el futuro.

El oficialismo obtuvo una victoria pírrica. En estricto rigor, el rechazo de una segunda propuesta constitucional solo puede reafirmar la legitimidad y vigencia de la actual Constitución, largamente rechazada por la izquierda política.

Lo anterior no solo es la consecuencia lógica y jurídica del resultado del plebiscito, sino que, además, coincide con un fenómeno político mucho más profundo: el descrédito generalizado de la tesis de que todos los problemas del país provienen de la Constitución. Dicho diagnóstico, levantado en los días posteriores al estallido social y que condujo al triunfo de la opción “apruebo” en el plebiscito de 2020, debe entenderse como definitivamente fracasado.

Por lo tanto, la victoria de la opción “en contra” no puede ser leída como una oportunidad para revivir el borrador propuesto por la pasada Convención Constitucional. En este sentido, las declaraciones del Partido Comunista, de que su promesa de no reabrir el proceso constitucional se limitaba a los dos años restantes del Gobierno del Presidente Gabriel Boric, son inaceptables.

Por su parte, la derecha política arriesga entrar en una dura fase de quiebres y recriminaciones mutuas. De un lado, puede haber acusaciones a los dirigentes de los partidos de Chile Vamos por ingresar a un segundo proceso constitucional sin un plebiscito de entrada. De otro lado, puede haber acusaciones contra Republicanos por haber endurecido sus posiciones en el debate constitucional o no haber sabido ejercer eficazmente su mayoría en el Consejo Constitucional. A ello se suman las voces de los disidentes de ambos sectores, que se mantuvieron en contra del proceso a lo largo de todo su desarrollo.

Ahora bien, el resultado del domingo fuerza tanto a la oposición como al oficialismo a concentrar sus esfuerzos en resolver la crisis de seguridad, retomar el crecimiento económico, acordar las postergadas reformas a los sistemas de salud y de pensiones y, en general, volver a poner las políticas públicas en el centro del debate.

En este sentido, es destacable el tono del discurso de anoche del Presidente Boric en el que llamó a la unidad y a retomar el debate de las verdaderas urgencias que apremian a los chilenos. Solo cabe esperar que dichas palabras se materialicen en gestos y actitudes concretas.

Con todo, el reciente debate constitucional deja importantes lecciones que no deben ser desaprovechadas. La primera, cabe reiterar, es la legitimidad de la Constitución vigente. Pero, además, hubo un consenso general a todo el espectro ideológico en torno a numerosas materias, de las cuales, la necesidad de la reforma al sistema político es la más importante.

La mayoría de estas reformas pueden realizarse por medio de los cauces normales de la política, de manera pragmática y renunciando a simbolismos inconducentes. Luego de dos rechazos constitucionales, este el único camino que resta a nuestras autoridades.

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